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martes, 1 de mayo de 2018

La verdad de los papeles


 Este relato recibió el Premio del  V Concurso de Microrrelatos Manuel Nevado Madrid, en su modalidad de Testimonio Histórico.


Villanueva del Río y Minas (Minas de La Reunión), 30 de abril de 1.904


         Después del entierro, algunos hombres han ido a refrescarse a la taberna de Frasco Palomares, que siempre tiene algún barril de mosto de los de su pueblo para inaugurar en los momentos de alegría, o para ahogarse con él en los momentos de mucha tristeza.
         Frasco es un tipo menudo y enfermizo, y un poco ingenuo, que llegó a Villanueva a finales del siglo pasado desde un pueblecito del Aljarafe y al que sólo oír el chirrido de la cabria, u oler el tufo a óxido de la jaula, le levanta del pecho un rumor de piedras y un ahogo en los pulmones que le han dejado inútil para bajar a los pozos. Fundó su negocio de vinos cuando los médicos de La Compañía le diagnosticaron un cuadro irreversible de asma, así que no trabajó en la mina lo suficiente para comprobar en su propia persona que el grisú es la simiente invisible del diablo, pero sabe por sus parroquianos que cuando el gas entra en contacto con la chispa de una lámpara, al minero sólo le queda encomendarse a Santa Bárbara para que el fuego no le llegue, o se le acabe el aire, o le aplaste la tierra y los costeros cuando el subsuelo se abra con la explosión. En Villanueva lo tienen por una persona instruida, que baja todas las mañanas a la estación a recoger los diarios del día anterior que le mandan desde Sevilla y que lee a los que concurren a su taberna con acento engolado y algo finolis.
         Hoy quiso respetar el luto y aunque no tuvo cuerpo para acercarse al cementerio, por una aprensión que padece a las multitudes, no ha abierto hasta que ha calculado que ya habían concluido todas las pompas y que las autoridades volvían en tren para Sevilla.   
         —¿Cómo estuvo la cosa? —ha preguntado a los primeros parroquianos que se agolpaban junto a las puertas trancadas de su taberna.
         —Mucho dolor, Frasquito, mucho dolor.
         Ha sacudido la cabeza, como para quitarse una mala idea, y ha girado la llave, y al tiempo que se daba de bruces con la penumbra de la casa y el rancio oloroso de las barricas, ha recordado a los que ya no entrarán para beber su mosto del Aljarafe y oír cómo les lee, con su acento engolado y algo finolis, los diarios que vienen en el tren de Sevilla; aunque cada uno de ellos —los sesenta y tres— sin nombre aún, sin rostro, vengan hoy dentro de los papeles del ABC y de El Correo.
         ¿Habéis visto al rey? —ha preguntado mientras desatrancaba el madero de la ventana.
         —El rey no vino, Frasquito —ha contestado uno, el primero que buscó acomodo sobre la barra aún en penumbra.
          —Que no le habéis visto —ha porfiado Frasco Palomares— porque venir, si que ha venido.
         Luego ha desplegado El Correo de ayer, que recogió esta misma mañana del tren, y ha sentenciado: Lo dicen los papeles: que hoy don Alfonso aprovechará que está por Sevilla para venir al entierro.    
         Nadie ha querido contrariarlo, no fuera que un ataque de asma, de los que le entran a Frasco cuando se ofusca, diera al traste con este momento que los mineros aprovechan para ahogarse la tristeza. Y han cambiado de tema, y han hablado de la huelga.     

©j quesada

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